Prosiguiendo mis reflexiones sobre políticas públicas, a continuación un complemento bastante extremista y discriminatorio, o al menos eso supongo que parecerá a primera vista.
Como ya había dicho, las políticas públicas no son otra cosa sino decidir por la gente. Por ejemplo, la gente, en su mayoría, no es lo suficientemente previsora para ahorrar para la vejez, entonces se dicta una ley que obliga a un fondo de pensiones. No hay nada más obvio que todos vamos a llegar a la vejez, a un estado progresivamente invalidante. Sin embargo, ¿quién se toma realmente en serio el tema siendo joven? ¿Cuántos ahorrarían en forma disciplinada durante su juventud? No, todo lo contrario. La tendencia facilista es disfrutar la vida en ese momento. No resulta atractivo preocuparse de un futuro distante. Sin embargo, a todos nos llegará ese día, y entonces habrá quienes simplemente no cuentan con los medios para mantenerse. Y si a la vejez sumamos pobreza, la situación ya es dramática por partida doble.
De la misma forma entonces, y precisamente por la habitual imprevisión e impulsividad de la juventud, los hijos llegan muchas veces sin que haya habido una preparación apropiada. Resultado: un alto riesgo de que el desarrollo de ese niño, esa persona, no se dé de buena forma. Cuántas veces vemos en las noticias menores descuidados por sus padres. Desnutridos, golpeados, abusados, utilizados, sin mayor educación, destruidos por las drogas. Sin norte, sin ningún norte. Cuánta desesperanza. Cuánta inmoralidad puede resultar de la imprevisión.
Luego la delincuencia y el costo que acarrea para la sociedad el mantenimiento de las cárceles. La prácticamente utópica rehabilitación, y por el contrario, en lugar de ello, la multiplicación de problemas producto de todos los vicios que la persona aprende y sufre en la cárcel. ¿Quién paga todo eso? Y lo peor: ¿qué buen resultado se puede esperar de todos los recursos que se destinan a ese sistema? Es un Transantiago de vidas humanas. Consume más y más recursos y no se ve cómo ni cuándo podría mejorar.
Por eso es que mi propuesta consiste en poner el acento en la preparación necesaria para traer un hijo al mundo. Y no voy a entrar al plano sicológico. Me refiero a que ciertamente es importantísimo estar en buenas condiciones sicológicas para embarcarse en la crianza de un hijo. Pero mi propuesta va a ser fría, muy fría: hacer exigible por ley una situación económica mínima para tener hijos. De la misma forma que cuando uno toma un crédito o va a comprar una casa, la financiera evalúa la factibilidad del interesado de cancelar oportunamente las cuotas o dividendos a los que se está comprometiendo; de la misma forma se debiera determinar un conjunto de requisitos económicos de una pareja para velar por que los hijos que vendrán contarán con los cuidados adecuados. Eso es para mí una actitud responsable. No sencillamente dejar que los críos lleguen al mundo y luego sufran infinidad de privaciones y abusos.
Las parejas debieran postular, como a un crédito, para tener hijos.
Insisto: ciertamente hay muchas otras consideraciones tanto o más importantes que el dinero para que un niño crezca en un entorno adecuado, pero al menos el dinero es medible y por lo tanto se puede establecer un sistema.
Una medida complementaria podría ser que se autorice el retiro de parte del dinero del fondo de pensiones, cuando no se tiene una situacion económica suficiente para afrontar la llegada de un hijo.